En ocasiones, a la hora de probar un coche de una determinada marca, o incluso a la hora simplemente de organizar el calendario de pruebas, solo sabes que para determinada fecha, tendrás un nuevo coche entre manos. Cuál, puede ser una incógnita. Pero hay otras en que te dan lo que pides, y yo pedí el Skoda Yeti. Y hasta ahí, lo que pedí. Lo que obtuve, fue un Skoda Yeti Outdoor, con motorización 1.2 TSI de 105 CV y acabado Elegance. O sea, la nueva versión “campera” (o campechana, que suena mejor) del recién renovado Yeti.
¿Y por qué pedir un Yeti y no un Audi Q3 RS?, ya puestos a pedir coches con “más altura de la cuenta”… Pues porque hay algo que no me agrada del segundo, y mi predisposición a hacer una buena prueba (o una prueba a gusto) no sería la misma que con el simpático Yeti, del que tengo que reconocerme fan. Es un coche que me genera simpatía porque cumple la que, para mí, es una baza fundamental de cualquier vehículo mundano (y entiéndase por “no mundano” todo aquello que nazca de la pasión: un cupé, un roadster…): la ausencia total de pretensiones. Nada de “estatus” (como si eso fuese un rasero para medir la prestación de un automóvil), ni de apariencias, ni de imagen de marca…
Práctico, cómodo y recién renovado
Es lo que es: un vehículo con mayor altura al suelo que un turismo, práctico por concepto, de formas cuadradas que optimizan su espacio (es decir, le dotan de verdadera practicidad), bastantes concesiones a un lujo nada ostentoso, y la suficiente personalidad para distinguirlo del rebaño si nos seguimos empeñando en ser unos “fashion victims” a la hora de conducir. Su estética angulosa consigue huir de la insufrible tendencia del diseño actual en automoción